En prácticamente todas las búsquedas laborales se menciona como uno de los grandes ítems requeridos: capacidad de trabajo en equipo. Al fin y al cabo, juntos somos más, la suma es más que los factores y la unión de las capacidades individuales puede generear ideas fantásticas. Pero actualmente se escucha a más de uno lamentar las desventajas que trae aparejadas este tipo de trabajo. Antes de empezar, más vale conocer algunas de las trampas de los equipos:
– El que se escabulle: este es un problema clásico del trabajo en equipo. En el grupo resulta más fácil esconderse detrás de otros, ya sea por vagancia o por maldad. «Ya habrá alguien que se encargue de esto«, piensa más de uno. Según los especialistas, cuanto mayor es el grupo, menos se esfuerza el individuo, la producción decae y finalmente la falta de avances impacta en la motivación de quienes integran el equipo. En estos casos, quien debe estar muy atento es el líder, que deberá distribuir muy claramente las tareas y evaluar los resultados según el área y evitar que lo producido se diluya en el conjunto.
– La trampa del conformismo: Si las tareas no son claramente distribuidas, el trabajo en equipo puede derivar en un conformismo que apunta a lograr un rápido consenso. Y si todos tienden a plantear sus puntos de vista de un modo que promueva el acuerdo, los estándares de comportamiento adquieren mayor peso en los debates y terminan opacando la originalidad que podría surgir de la mano de nuevas ideas. Esto también tiene un impacto contraproducente en la motivación general, ya que si al final de un proyecto nadie puede identificarse con los resultados y todos creen haber cedido por el bien del acuerdo, poco orgullo sentirán ante el producto final.
Lo importante en estos casos es, además de repartir bien las tareas, alternar con regularidad la composición del equipo, sobre todo en labores que requieren de creatividad. En estos casos, puede mantenerse un núcleo fuerte y variar el conjunto general, como sucede en el cine, donde un director suele trabajar siempre con sus camarógrafos o actores, pero cambia el resto de colaboradores.
– El que siempre habla y tapa: las reuniones de grandes equipos corren el riesgo de quedar dominadas por unos pocos que hablan mucho. Las ideas de otros que no se imponen a la hora de debatir pueden quedar sepultadas por quienes eclipsan el diálogo y, ante la dificultad, el resto calla y busca la armonía de la situación en la comodidad. Un consejo en estos casos puede ser recurrir al papel: que todos escriban lo que opinan sobre determinado asunto. Eso además ayuda a plantearse las preguntas de otro modo, más reflexivo. En este caso los grupos tampoco deberían ser demasiado grandes, ya que, cuantos más colaboradores, más se bloquean las decisiones. El grupo ideal es de un máximo de siete personas.
– El doble filo de la homogeneidad: el éxito de un equipo depende de su composición. En tareas de rutina la homogeneidad puede ser buena para avanzar con un acuerdo generalizado, pero cuando de creatividad se trata, lo mejor es apuntar a una gran diversidad para que las partes se alienten entre sí y se retroalimenten con sus ideas.
Eso sí: lo ideal es mantener cierto equilibrio. Si hay un crack en el grupo o alguien con gran iniciativa, los otros pueden llegar a sentirse mal. Existen investigaciones que demuestran que quienes tienen un gran rendimiento pueden frustrar a los demás. En estos casos es importante contar con un buen liderazgo que sepa canalizar las diversas capacidades.
– La gran familia: muchos aprecian el trabajo en equipo porque se sienten cómodos con sus compañeros. «Me gusta ir porque nos llevamos muy bien«. Pero para tener esa sensación no es necesario el trabajo en equipo. Basta con que los colaboradores tengan un lugar de encuentro en la oficina, como por ejemplo una cocina o un sitio donde almorzar. El riesgo es que las tareas a solucionar en equipo pueden quedar en un segundo plano ante el gusto por generar una atmósfera general agradable en el encuentro.
Britta Schmeis (dpa)
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