El jefe pierde los estribos durante las reuniones o no va al grano: este tipo de cuestiones pueden convertir el día a día de los empleados en un infierno. Sin embargo, hay algunos tipos que pueden ayudar a lograr cambios sin poner en riesgo el lugar de trabajo:
– El jefe pierde los estribos: Un jefe colérico es una peste para los empleados, especialmente cuando descarga su furia contra determinadas personas y sus acciones en particular. Los empleados deben intentar no tomarse este comportamiento de forma personal. Lo mejor es hacerse a la idea de que el jefe es así y no tiene nada que ver con uno. Si el principio de «me entra por una oreja y me sale por la otra» no funciona, lo mejor es intentar hablar con el superior. Se recomienda plantear la situación como un ofrecimiento de ayuda: «Querido jefe, ayer lo vi muy alterado, lo que me asustó un poco. ¿Hay algo que pueda hacer para que esto no vuelva a sucederle?«. Cuando los excesos son verbales, lo mejor es marcar límites y decirle amablemente que hasta el momento estaba todo bien, pero que ahora prefiere poner fin a la conversación y continuarla mañana.
– El jefe se va por las ramas: Las conversaciones con él se convierten en una auténtica prueba de paciencia ya que parece que no va a terminar de hablar nunca. Lo mejor es hablarle sobre ello al jefe junto a los compañeros. La regla siempre es dejar caer primero un elogio. Los empleados le pueden agradecer al jefe, por ejemplo, que en las reuniones da buenas soluciones. Sin embargo, también pueden marcarle que el tiempo es corto y que no todos llegan a hablar. Al mismo tiempo, pueden ofrecerle establecer una agenda de modo que las reuniones estén mejor ordenadas.
– El jefe exige que se trabaje horas extra: Siempre hay algo pendiente poco antes del viernes por la tarde o llamadas durante el fin de semana…algunos empleados tienen que estar disponibles las 24 horas. Sin embargo, hay que establecer límites y lo mejor es hacerlo lo antes posible. De lo contrario, este tipo de exigencias se volverán crónicas. Muchos jefes prueban hasta dónde pueden llegar con sus empleados. Quien logra marcar su posición de forma amable pero consecuente, y defiende su derecho a contar con tiempo libre, a veces termina contando incluso con cierto reconocimiento por parte de su superior. Saber poner límites suele generar respeto en el otro.
– El jefe tiene preferencia por algunos trabajadores: ¿Hay una compañera a la que le dan tareas más interesantes o que siempre puede irse antes a casa? Si se siente postergado, lo mejor es que primero revise esa sensación. A veces, determinadas preferencias tienen un motivo real. Quizá su compañera tiene al hijo enfermo o necesita ir regularmente al médico. Muchas veces, los malentendidos hacen que surjan envidias entre colegas. Cuando una preferencia es injustificada, lo mejor es que los empleados hablen directamente con su jefe: «A mí también me interesa hacer lo que hace mi colega. ¿Qué puedo hacer para trabajar en la misma área que ella?
– El jefe no explica nada: «Hágalo«. Este tipo de indicaciones a veces no son suficientes para los empleados. Hay jefes que empujan a sus subordinados a ocuparse de tareas desagradables y esperan que encima se sientan cómodos haciéndolas. Para algunas personas, esto no es un problema. Pero para quienes se sienten incómodos, lo mejor es pedirle consejo al jefe y preguntarle, por ejemplo, qué expectativas concretas tiene en relación a un proyecto. O pedirle indicaciones más precisas sobre cómo proceder.
Bettina Levecke (dpa)
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