Muchas personas que sufren de sobrepeso se ven frustradas al terminar el esforzado período de una dieta. Sí, ¡lo han logrado! Se deshicieron de la obesidad. Pero de pronto notan que deben hacer frente a otro problema: la piel flácida.
Algunos especialistas aseguran que el único camino para hacer desaparecer este inconveniente colateral, es encaminarse hacia la camilla de un cirujano plástico. En realidad ese camino se vuelve casi necesario cuando la piel que cuelga en pliegue,s no sólo es un problema estético sino, sobre todo, de salud. Sin embargo, vale la pena tener en cuenta que ese tipo de intervenciones tiene su riesgo.
La primera pregunta es: ¿Por qué se produce este fenómeno? Cuando la pérdida de peso es drástica, la piel, que estaba muy estirada, no se contrae ni se repliega. Y no siempre se puede lograr que vuelva a estar tersa aplicando masajes o cremas, ya que los tejidos han estado estirados durante mucho tiempo.
¿Por qué la piel flácida puede convertirse en un problema? Porque los pacientes pueden llegar a transpirar mucho y la sudoración puede fomentar infecciones o el crecimiento de hongos en los pliegues. Además, por la mera fricción de la piel se pueden generar pequeñas lesiones que luego provocan dolores y molestias permanentes. En esos casos puede tener sentido barajar la posibilidad de someterse a una operación.
Pero hay otros casos en los que el paciente sufre por meros motivos estéticos. Quienes se ven de pronto con pliegues de piel que cuelgan hacia abajo, se sienten mal y creen que los esfuerzos previos por bajar de peso han sido vanos.
En estos casos, y ante el deseo del paciente de someterse a una operación, los especialistas recomiendan dejar pasar al menos seis meses y confirmar que el peso se mantiene estable. Esto es crucial, ya que si el paciente llega a volver a aumentar de peso tras la operación, los kilos readquiridos podrían presionar las cicatrices.
De todos modos, una operación siempre es una intervención y vale la pena pensarlo muy bien antes de tocar el timbre del cirujano. Toda operación puede dejar cicatrices mayores o superficies muy sensibles en las que luego, se demora el proceso de curación.
Además, es posible que en la intervención se dañe algún nervio y que eso derive en la pérdida de sensibilidad en algún sector.
Por eso, una vez que uno toma la decisión, lo más importante es elegir muy bien al médico con el que se tratará. Es fundamental conocer la experiencia del profesional y tener recomendaciones. También es bueno exigir toda la información necesaria y aclarar las dudas que surjan en consultas previas.
Otra de las cosas que se le pueden pedir al cirujano es que le enseñe al paciente, ya sea mediante dibujos o fotografías, por dónde correrán las cicatrices.
Y por supuesto, otro de los parámetros a considerar será el costo de la intervención. Dependerá de qué cobertura médica tenga y en qué país se encuentre la persona. A veces algunos pacientes pueden recibir parte de la suma reembolsada, en particular si la obesidad le está generando problemas de salud o malfunciones. Suele ser distinto si el motivo es puramente estético. Pero, ante la duda, no hay mejor camino que el de preguntar.
Dpa/Mujer21
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