Hace poco, la hija ha comenzado a fumar porque todas sus amigas lo hacen. El hijo, en tanto, se pasa jugando a videojuegos en casa del vecino. La mayoría de los padres, comienza a temer en este tipo de situaciones, que su hijo tenga los amigos equivocados y que la influencia de esos, ponga en jaque las reglas que rigieron hasta el momento, para los integrantes de la familia.
Sin embargo, los psicólogos apuntan que, justamente para los jóvenes, los padres son muy importantes. Y en la mayoría de los casos, su influencia suele ser positiva, ya que para el desarrollo de los hijos, es importante poder ver más allá del horizonte que representan sus propias familias. El contacto con los amigos ayuda a los niños y jóvenes a encontrar su lugar en la sociedad.
Cuanto más grandes se hacen los hijos, más importancia les dan a sus amigos. Cuando están en edad de jardín de infancia, la amistad implica sobre todo una comunidad física: los amigos son aquellos con los que los niños pasan mucho tiempo. Hoy puede ser Agustín y mañana Pedro. Sin embargo, a partir de primaria, comienzan a acercarse a sus padres, más por intereses similares. Es decir, analizan con más detenimiento de quién se harán amigos.
Los niños en edad escolar manejan incluso sus amistades de forma autónoma. No son los padres los que arreglan las citas para jugar, sino que son cada vez más los pequeños los que fijan la agenda. Como dicen los especialistas, hacer amigos significa observar a las personas en mayor profundidad. Primero llaman la atención cosas superficiales del otro, pero luego se buscan cosas en común, alternativas. Esto quiere decir, que estrechar amistades es el primer desempeño social de una persona por fuera del espacio protegido de la familia.
Cuanto más grandes se hacen los hijos, menos pasan su tiempo libre con los amigos en la casa de sus padres. Los adolescentes se encuentran en la ciudad, en el club, se comunican con sus teléfonos móviles, y los amigos se vuelven a veces desconocidos para los padres. Quien pregunta mucho («¿Qué hacen todo el tiempo que pasan juntos?») recibe pocas veces una respuesta satisfactoria. Y eso desata temores.
Por eso, es importante crear una cultura de diálogo en la familia desde que los hijos son pequeños. Quien está acostumbrado desde pequeño a hablar y a ser escuchado en su familia, probablemente cuente un poco más qué hace con sus amigos durante su adolescencia, aunque probablemente no cuente todo. O será más propenso a llevar a sus amigos a casa.
La mayoría de las veces, cuando los padres logran conocer a los amigos de sus hijos, sus temores de desvanecen. Por otra parte, muchos psicólogos coinciden en que la influencia de los padres en las amistades de sus hijos más grandes, es limitada. Si bien duele ver a los hijos sufrir cuando una amistad se rompe o resulta ser negativa, estas experiencias también son aprendizajes importantes.
¿Pero qué pasa cuando los padres sienten que ya no pueden dejar en manos de sus hijos la situación, cuando entran en juego factores peligrosos como las drogas o el alcohol? En esos casos, coinciden los especialistas, la prohibición debe ser el último recurso. Las prohibiciones son un problema porque generan, en la mayoría de los casos, la reacción contraria en los jóvenes. Si los padres prohíben ver a un amigo, este suele volverse aún más interesante.
Lo mejor es hablar con el hijo, preguntarle por qué le gusta tanto pasar el tiempo con ese amigo y expresar algunas de las preocupaciones. También sirve tratar de recordar las experiencias propias: casi todo adulto discutió con sus padres acerca de algún amigo cuando era joven.
Hay amistades que se ven menos «peligrosas«, pero que también pueden ser muy dolorosas, y son aquellas unilaterales, en las que uno de los dos domina al otro. Una señal es que el niño comienza a mostrarse inseguro y ya no juega con sus otros amigos. En esos casos hay que ayudarlo a desembarazarse de ese vínculo y hacer nuevas amistades.
De todas formas, las relaciones de poder de este tipo son más bien raras. La idea de que los hijos son «llevados por el mal camino» alivia, pero suele ser falsa. Y es que a veces no son sólo los demás las «malas compañías«, sino también los propios hijos para los hijos de otro.
Dpa/Mujer21
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