Si un adulto se ofende cada dos minutos, se vuelve una persona bastante agotadora para los demás y da la sensación de ser un inmaduro. En el caso de los niños, en cambio, es común que se enfaden y tengan berrinches. Es de esta forma que aprenden a manifestar y elaborar sus emociones.
Además, los niños no suelen conocer mejor manera para resistirse al mayor poder que detentan los adultos. Lo mejor que pueden hacer los padres con un niño enfadado es darle, primero, espacio para que se tranquilice, y luego preguntarle: «¿Qué pasó que estabas tan enfadado?».
Los niños más pequeños son los más propensos a tratar de imponer su voluntad con este tipo de escenas de enojo. Cuantas más veces tienen éxito con ello, más frecuentemente se van a hacer los ofendidos. Por eso, una vez que al niño se le pasó el berrinche, lo ideal es solucionar el problema hablando.
Dpa/Mujer21