Las peleas entre hermanos durante la adolescencia son muy molestas, pero parecen ser imposibles de evitar. ¿Por qué ocurren? ¿Y cuándo es mejor permanecer al margen? Los hermanos siempre se miden entre sí, compiten y se preguntan: ¿quién es el más alto, el más rápido, el más inteligente? Al mismo tiempo, la relación suele ser muy resistente. Es firme, soporta peleas, y con el tiempo deja muchas enseñanzas.
Más allá de que los conflictos son normales en cualquier familia, durante la adolescencia los hermanos sienten que deben establecer claros límites y diferenciarse entre sí. Lo importante es aceptar la situación y saber desarrollar algún tipo de estrategia que tal vez permita en un futuro rebajar la tensión. Por ejemplo, es bueno que todos piensen cómo pueden expresar sus intereses sin formularlos como un reproche, de modo que parezcan aceptables y que el otro pueda ayudar a buscar una solución.
Lo mejor es que los jóvenes, cuando atraviesan una etapa pacífica o incluso armónica, piensen cómo se comportan cuando estalla una pelea.
En medio del enfado es muy difícil hallar una buena solución para un conflicto, pero si se piensa antes, los hermanos, por ejemplo, pueden establecer reglas fijas y recurrir a ese código en los momentos de furia: si por algún motivo estalla la paciencia, cada uno debe tomarse media hora para bajar la tensión, en lugar de continuar discutiendo.
Cada persona tiene un modo distinto para deshacerse de los enfados o descargar tensiones Algunos salen a correr, otros escuchan música, otros rompen papeles.
Si uno se ve de pronto en medio de una fuerte pelea verbal, sirve hacer una pausa, sobre todo cuando uno ve que cada cosa que se dice empeora la situación. Si una de las personas dice que tiene que ir un momento al cuarto de baño y sale de la habitación, tendrá varios minutos para repensar la reacción que le estaba generando su interlocutor. Después de esa pausa, las posibilidades de hablar serán mejores.
Quienes logren ser algo más organizados, podrían incorporar un objeto como un bolígrafo y decir que sólo quien tenga ese objeto en la mano, está habilitado a hablar.
Y lo principal es poder decir claramente lo que a uno le molesta sin dejar de ser justo. Desde ya, escuchar realmente al otro en esas situaciones no es tarea sencilla, pero por eso es precisamente importante acordar antes cómo hacer para que cada uno pueda hablar.
Otra de las reglas que se pueden acordar es que después de un tiempo preestablecido haya que llamar a los padres para pedirles su consejo. De ese modo también se puede evitar que una discusión pase a mayores. Pero los jóvenes deberían intentar solucionar sus asuntos entre sí, al menos en la medida de lo posible, y los padres también deben tener paciencia si de vez en cuando los ánimos estallan.
Los padres tienen un papel importante en la relación entre los hermanos, porque son un ejemplo, también en cómo se comportan cuando surgen conflictos. Además, en las familias las partes suelen conocerse muy bien y saber cuál es el punto débil del otro, por eso es importante establecer ciertos códigos y trabajarlos en lo cotidiano.
Cuanto más seguro se sienta cada uno de los adolescentes, cuanto mayor sea su confianza en sí mismo, menores serán los conflictos.
Pero si alguna vez es inevitable y el conflicto estalla, lo mejor es buscar el oído de un buen amigo. Porque después de una discusión nadie quiere que le expliquen cómo comportarse durante una pelea, sino tener a alguien que le permita desquitarse, que brinde apoyo y comprensión sin juzgar.
Y, si bien los conflictos entre hermanos pueden ser muy desgastantes, tienen algo bueno: generan la conciencia de que uno a veces debe permanecer callado y adaptarse. Esas peleas son un buen ejercicio para la vida adulta, donde los conflictos no desaparecerán.
Quien haya entendido hasta entonces cómo manejar sus propias emociones para evitar que una discusión se salga de control, habrá adquirido una herramienta muy importante para la vida. Porque en algún momento los padres ya no saldrán a terciar.
Dpa
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