En la actualidad no queda en mano de los estudiantes compartir piso, con los tiempos que corren cuanto más reduzcamos nuestros gastos mejor, anteponiendo nuestro bolsillo a nuestra privacidad. A priori parecen solo desventajas, mermando nuestra independencia y comodidad, pero no son todo contras, solo hay que saber adaptarse a los cambios y elegir bien a nuestros compañeros de vivienda.
La experiencia de convivir con otras personas es enriquecedora y conlleva un reto personal diario, nos ayudará a conocernos a nosotros mismos, a empatizar y a valorar nuestra intimidad y la del resto. Reduciremos el tiempo de limpieza, y con suerte a nuestro compañero le gusta planchar o es un virtuoso de la cocina. Cada persona es un mundo y en la convivencia afloran el peor YO de cada uno. Por eso hay que sentar unas bases en cuanto a horarios, comida, gastos, visitas, orden y limpieza.
Los primeros días va todo sobre ruedas, pero a medida que pasa el tiempo salen a la luz las imperfecciones, los defectos y las quejas de cada uno. Desde el principio dejar las cosas claras, aunque suene infantil, asignar tareas, y cumplirlas. Lo que a uno le puede parecer lógico a otro le puede parecer innecesario. La habitación es el santuario personal de cada uno y la puerta debe ser una línea infranqueable. Las zonas comunes, salón, cocina, baños han de mantenerse limpias, ya no estamos solos y es mejor dejar las cosas como nos gustaría encontrárnoslas. No está de más hacer una cuenta común e ingresar un poco más de los gastos estimados, por si viene algún imprevisto tener siempre un remanente para las posibles vacas flacas. Sabiendo esto y respetándolo todo lo demás son ventajas.
Tener una persona cercana con la que compartir problemas y alegrías, y la compañía que nos da hay que ponerlo sobre la balanza y valorar si queremos estar solos con dificultad para llegar a fin de mes o acompañados, mientras nos privamos de nuestra independencia pero con algo más de dinero y amparados por una mano amiga.